sábado, 28 de agosto de 2010


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“¡Camaradas!”. “¡Campesinos!”, podía oír ahora de forma más clara Francisco. “Hay que luchar contra el fascismo que busca oprimirnos”. Parecía que finalmente el labriego de mediana edad había sido capaz de sintonizar la señal de forma cristalina, justo en un mensaje radiofónico de la exiliada Dolores Ibárrubi <>, por aquel entonces secretaria general del Partido Comunista de España, que lanzaba a través de las ondas una diatriba contra el régimen que gobernaba con mano férrea el país.

-Baja eso, es muy tarde y no es la emisora que sería recomendable sintonizar –le dijo Josefa, su mujer, al entrar, a tientas, en el oscuro cuarto.

No hacía muchos años que se habían casado, pero ya eran padres de una preciosa niña de pelo rojizo a la que habían bautizado con el nombre de María, como recuerdo de su madre María. Bueno, su padre Francisco le había puesto a él su nombre, ¿no era lógico continuar la tradición y hacer que su hija heredase el nombre de su querida madre? “La podríamos llamar María Josefa, aunque luego no usase el segundo nombre.” “¡De eso nada, mujer!”, le había respondido él a su esposa. A pesar de su cara de desilusión, debía entender que era inconcebible ultrajar a una hija con un nombre así, de hacerla padecer una ignominia pública. ¿Qué iban a pensar de ella los hijos de los vecinos? Se mofarían de su niña hasta la saciedad. María sonaba bien, y punto.

-Déjame tranquilo, Josefa –gruñó taimadamente Francisco a su esposa.


La joven pareja, poco dada a la jarana y la diversión, sólo entendía de arar el campo y vender pescado, por lo que Francisco rehusaba el hecho de tener que renegar de una de las pocas cosas que le entretenía en esta vida de sufrimiento, como era escuchar la radio. Eran tiempos duros, de hambre, y no había demasiados divertimentos con los que evadirse. Por ello el hombre miró malhumorado a su esposa, pero ésta no cejó en su empeño, y le sostuvo su displicente mirada con un fosco semblante.

-Como algún malintencionado vecino escuche esa emisora nos vas a meter en un lío –trató Josefa de convencerle a la desesperada.

-¿Y por qué tendrían que escucharlo, si casi no la oigo ni yo? Además, en nuestra casa nadie nos tiene que decir lo que podemos o no podemos hacer, ¿no te parece?


-No actúes con la misma vehemencia de siempre, Paco. Por favor, reflexiona un poco.

-¿Que reflexione, dices?

-Cuando te lleven preso, se lo explicas a los guardias, que en tu casa haces lo que te viene en gana.

-No digas tonterías, eso son futilezas –la reconvino con firmeza Francisco, haciendo un aspaviento con la mano-. Nadie me va a arrestar. Todos en el pueblo conocen ya mi lastimosa situación, por lo que cuento con su comprensión, si no con su aquiescencia.

-No estés tan seguro.>>

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