martes, 13 de julio de 2010

Extracto de la estancia en Cambrils de la novela "De Republicanos y Masones"






-Joan tiene toda la razón. Descansa muchacho, pues lo necesitas. ¡Ah!, y si viene a verte la núbil enfermera de grandes ojos nos avisas.

-Sí, sí. Así podremos intercambiar opiniones, tú ya me entiendes –finalizó Joan, guiñándole el ojo al lisiado.

Los dos médicos salieron de la habitación dejando a Francisco sumido en sus pesimistas pensamientos. Entró un practicante para hacerle una primera cura tras la transfusión de sangre. Mientras limpiaba la pierna herida empezaron a entrarle temblores al herido, y el practicante se sobrecogió al ver que perdía el conocimiento. Los médicos de la visita anterior se dieron palmadas en la espalda cuando consiguieron reanimarle, gracias a la rápida reacción del practicante y a la buena intervención de estos últimos.

Poco después el soldado se sintió más relajado, en parte por los calmantes suministrados y en parte porque ya había caído la estrellada noche. La última imagen de su mente fue la de una guapa enfermera que le acariciaba la frente sudorosa con unas tersas manos de uñas infinitas y finos dedos, mientras susurraba al oído palabras almibaradas. El muchacho se recreó en su sueño, y la imaginó voluptuosa, vestida con una fina y vaporosa muselina cerúlea que dejaba entrever sus abundantes encantos, resaltando las bien definidas curvas de sus pechos firmes de pezones erectos y sonrosados.

La nívea joven tenía una abultada melena negra azabache y rizada, con unas finas pecas que poblaban la piel lechosa de su cara. Oropeladas joyas vestían sus primorosas orejas y cuello, con un esplendente brillo similar al de su mirada. Francisco se fijó en que sus ojos, rematados por unas larguísimas pestañas negras, le miraban con una ternura y profundidad abismales, como luceros al alba. “Duérmete”. “Descansa”. Sin saber si era una ilusión o si había fallecido y habitaba el paraíso, el herido cayó sumido en un profundo sueño.>

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